
Visito en Madrid la biblioteca de Javier Gómez Navarro, sin duda una de las bibliotecas privadas más importantes de Europa en temática viajera. Durante más de treinta años, el que fuera Ministro de Comercio y Turismo así como Secretario de Estado para el Deporte durante los Juegos Olímpicos de Barcelona ha adquirido una fabulosa colección de libros, mapas y documentos, algunos de una rareza excepcional.
Hecho curioso imposible de comprobar de tratarse de una biblioteca pública, la espectacular biblioteca dispone de una fantástica acústica como queda demostrado por la reproducción de un aria a todo volumen. La música acompaña a la perfección la deliciosa e interminable contemplación de lomos de libros a lo largo de tres niveles de estanterías, los dos superiores con suelos acristalados, que comunican entre sí por un ascensor interior. El local reúne condiciones óptimas para la conservación de la colección, cuya seguridad también está garantizada, entre otros por un perro pastor de nombre… “Stanley”.
Con el recuerdo vivo del espartano vuelo matinal de Ryanair y la pereza intrínseca que con los años producen los desplazamientos, no se me ocurre un viaje más apetecible que el consistente en permanecer encerrado en tan singular lugar. Los franceses han acuñado la expresión «voyageur casanier» para referirse a la aparente paradoja del viajar sin moverse de casa. En castellano estaríamos hablando de viajeros de salón, aunque ello suene más bien a tertulia y animada charla.
De quedarme encerrado en la biblioteca de Javier, en mi viaje no habría más voces que las de los testimonios recogidos en los libros. Al igual que un físico nuclear recurre a un acelerador de partículas para ser testigo del «big bang» y tratar así de desentrañar los misterios de la materia desde los inicios de su creación, el apasionado de la cultura y los viajes (no concibo lo uno sin lo otro) buscará el relato original de un descubrimiento, de un primer encuentro, de un primer esbozo de un mapa, preludio de una insignificante isla o de todo un continente hasta entonces ignoto.
La literatura de viajes (tampoco aquí concibo lo uno sin lo otro) es a mi entender aún más fascinante si atendemos no sólo al relato del que explora, del que descubre, del que viaja, sino también al testimonio del «otro»: del explorado, del visitado.
En el cénit de su poder, Europa impuso al mundo su visión, el relato único de su civilización, obviando que los encuentros son por encima de todo interacción, influencias en un sentido y en otro.

Me alegra saber que los miembros de la Sociedad Geográfica Española que nos hemos dado cita en la singular biblioteca de Javier compartimos el mismo afán tanto por divulgar los descubrimientos pasados y presentes de «los nuestros” como por recuperar las voces de “los otros” que al fin y al cabo forman parte integrante de nuestra cultura. En suma, que la pasión por la geografía, en el sentido globalizador y amplio de la palabra, sea cuestión de encuentros, de auténticos descubrimientos en uno y otro sentido, y no de imposiciones etnocentristas.
A este respecto, me vienen a la mente las charlas en Londres con Nigel Barley en torno a sus pioneras y transgresoras ideas sobre “el otro” surgidas cuando ejerció de “antropólogo inocente” con los dowayos en la choza de barro que tuve la suerte de visitar en Camerún. El famoso libro de Nigel Barley va por la edición 26 en español. Me pregunto cuántos miles y miles de lectores han podido transportarse gracias a él al país dowayo. Y cuantos millones de viajes pendientes hay esperando en la sublime biblioteca de Javier Gómez Navarro.