Un elefante en Bruselas

El elefante en piedra de la Rue de la Petite Violette
El misterioso elefante en piedra de la Rue de la Petite Violette

Me pide mi amigo Pep que le escriba algo sobre la historia de Bruselas. Tras indagar en museos y librerías de viejo me encuentro, cámara de fotos al ristre, callejeando por el centro. Creo que es la primera vez que deambulo sin rumbo fijo en la ciudad en la que llevo viviendo más de treinta años. Generalmente, en el sitio en el que uno vive los desplazamientos obedecen a motivos precisos, por lo que sólo en lugares que no son los nuestros habituales nos dejamos guiar por el azar, lo que sin duda nos priva de más de una sorpresa.

De no haber estado en “modo vagabundeo” nunca habría dado, en las proximidades de la Plaza Mayor, con la “Rue de la Petite Violette”, un callejón accesible únicamente de diez de la mañana a seis de la tarde según rezan las verjas que lo delimitan. El callejón contiene un misterio reservado a mendigos en busca de urinarios y turistas despistados: un elefante esculpido en piedra que tiene el exclusivo encanto de no figurar en las guías. Por sus orejas, deduzco que representa un elefante asiático y no africano, lo que me permite remontar su origen más allá del siglo XIX en que la Bélgica de Leopoldo II entró en contacto con el Congo.

A duras penas se puede leer la inscripción “In den ouden olephant”, lo que da a entender que la enseña servía para identificar un establecimiento cuyos dueños y clientes empleaban el flamenco brabanzón, el idioma de Bruselas que fue perdiendo terreno respecto al francés de manera notoria a partir del siglo XVIII.

Côte d'OrUna búsqueda  cruzada en Google gracias al “smartphone” me permite descubrir que el callejón en cuestión lindaba con una fábrica de chocolate llamada “El Elefante” cuyos orígenes remontarían a 1700. Más de siglo  medio después, el considerado padre de los famosos chocolates belgas e inventor del «praliné», Charles Neuhaus, patentaba en Bruselas la marca Côte d’Or con su inconfundible elefante como emblema.

El Manneken-Pis a cualquier hora del día
El Manneken-Pis a cualquier hora del día

Ante tamaños descubrimientos acerca de la intrahistoria de Bruselas (es broma), no puedo sino mirar con desdén a los turistas que frenéticamente fotografían al Manneken-Pis sin ni siquiera preguntarse por el origen de la dichosa fuentecita.

Y más que desdén, dedico (parafraseando a Leopoldo Calvo-Sotelo) el más pequeño de mis desprecios a quienes frotan con sus manos una  efigie yacente en una de las bocacalles de la Plaza Mayor. La efigie es de Everard T’Serclaes, un edil de Bruselas asesinado en 1388 que encarna el espíritu de libertad e independencia de los bruselenses al haberse enfrentado a las tropas del Conde de Flandes. Por motivos que se desconocen y que sólo la mercadotecnia del turismo de masas podría explicar, se puso de moda la creencia de que el visitante que frotara el brazo de la estatua yacente regresaría de nuevo a la ciudad. Lo patético es que la estatua original está en la actualidad en proceso de restauración (entre otras cosas debido al desgaste al que la estúpida leyenda le había sometido) y lo que frotan en la actualidad los turistas es una réplica en resina de la estatua original.

Turistas vocacionales frotando un trozo de resina
Turistas vocacionales frotando un trozo de resina

De ahí a distribuir por todo el mundo réplicas de la Fontana de Trevi que actúen como máquinas tragaperras para sacar los cuartos a los turistas sólo hay un paso que algún avezado empresario del sector estará a punto de franquear.