De regreso a la planicie. En menos de siete horas un tren de alta velocidad me habrá trasladado, sin escalas, desde las laderas alpinas hasta la «cuvette» bruselense que ha hecho del cielo gris y la llovizna un modo de vida. No puedo evitar ser testigo de la escena que discurre en los asientos traseros al mío. Aprovechando la conexión a internet que ofrece el tren, un pasajero está propinando una soberana paliza a su resignado acompañante a base de enseñarle y comentarle fotos colgadas en Facebook que dan fe de la multitud de viajes por el mundo que el ufano turista ha llevado a cabo. En su relato, sometido únicamente a la lógica temporal del orden de lanzamiento de ofertas por parte de las agencias de viaje y a los imperativos de una actividad profesional que no logro discernir pero que bien podría ser, a tenor de sus expresiones más recurrentes, la de probador de «soirées dansantes» y de «jacuzzis» en cubiertas de cruceros, Birmania linda con el Caribe, el Mar Egeo baña la Patagonia y el verano sin noches de San Petersburgo juega al golf en el invierno austral de Sudáfrica. A instancias del sufrido pasajero silente los dos deciden darle al «pause» y dirigirse al bar, lo que me permite apreciar la apariencia del maduro y compulsivo viajero francófono: gorra de bėisbol con la correspondiente marca a modo de matrícula del lado del cogote, bufanda azul chillón, jersey de color indefinible, pantalon aflojado y zapatillas de deporte. Es de suponer que el mismo atuendo habrá lucido por todos los rincones del mundo, con la sola excepción, espero, de las «soirées dansantes» y los «jacuzzi». Continue reading «El turista de la gorra»