Descendí del Glaciar de la Chiaupe sin mayores problemas. Al ser uno de los últimos en emprender la bajada y dada mi limitada destreza con los esquíes (las raras ocasiones en las que adelanto a otro esquiador en Los Alpes es porque está tumbado esperando la llegada de los socorristas) pude disfrutar de intensos momentos de soledad, primero inquietante, luego serena, en un silencioso paraje entregado a la bruma y los finos copos de nieve. Difícil imaginar el cataclismo que hace cincuenta millones de años dio lugar a la creación de estas montañas al chocar las placas tectónicas de Europa y de África. El fenómeno fue de tal magnitud que, según han demostrado los geólogos, inmensos trozos de suelo africano fueron a parar a Europa. Una de las evidencias más significativas de esta bacanal planetaria la proporciona el Monte Cervino, la cumbre más coqueta de Los Alpes que con su inconfundible forma piramidal lo mismo sirve de emblema para la productora cinematográfica Paramount que a los chocolates Toblerone.
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Bautizo a 3000 metros
Pocos «blogs» podrán presumir tanto como éste de altura de miras. Escribo estas líneas en el Glaciar de la Chiaupe, en la Saboya francesa, a tres mil metros de altitud y tras casi una hora de enlazar teleféricos. Lo bautizo con vino caliente a base de «canelle, badiane, gingembre, muscade, orange et citron», la especialidad de la taberna de montaña que tiene a gala ser una de las más altas de Europa. Una pareja de jóvenes rusos con los que comparto mesa (redonda y reluciente cara el chico, compulsivos «da» a cada frase la cautivada chica) ofician de inopinados padrinos. Pese a que este «blog» nace con vocación de observador, la visibilidad fuera de la cabaña es escasa. Después de varios días soleados se ha puesto a nevar, aunque a buen seguro no lo suficiente como para evitar que el glaciar siga retrocediendo hasta que llegue el día, cada vez más próximo, en que desaparezca. Cuando empecé a frecuentar este lugar se podía esquiar en verano en estos parajes, cosa imposible desde 2005. Cada vez son más los días en que, desde la Roche de Mio próxima a este glaciar, se divisa con claridad el majestuoso Mont-Blanc, el pico más alto de Europa que asiste impotente a los cada vez más clementes inviernos y más precoces deshielos. Continue reading «Bautizo a 3000 metros»