Novelar un “reality show” es ya rizar el rizo. Supongo que Juan Luis Marín, guionista y directivo de “realities”, no ha alcanzado el morbo deseado en la realidad/ficción y se ha tenido que pasar a la ficción/realidad. Algo de eso debe de estar detrás de su novela “Isla perpetua” que, según reza la campaña publicitaria del libro, “mezcla realidad y ficción en torno al afamado reality de televisión ‘Supervivientes’”.
No he tenido ni el gusto ni el disgusto de seguir ni éste ni ninguno de los “realities” similares, aunque, cosas del azar, cuente entre mis amistades con uno de los destacados protagonistas de la primerísima edición española de “Gran Hermano”.
No dudo que, con buenos profesionales de por medio, el género en cuestión puede dar buenos resultados. Si no, no se explicaría el hecho de que este tipo de productos televisivos enganchen a tanta gente.
Supongo que todo es una cuestión de generación. La mía (del 57) se metía en las vidas ajenas a base de sobreentendidos y suposiciones. La de Juan Luis Marín (del 75) entra a saco y en directo, y si el resultado no es lo suficientemente impactante pues se hace lo inhumanamente posible para que lo sea.
No tengo tampoco nada que reprochar a Juan Luis Marín, hombre de su tiempo, ya que, pensándolo bien, de haber vivido en la actualidad y no en el siglo XVIII, Daniel Deföe habría sido guionista de realities en vez de aburrido notario de Robinson Crusoe.
Lo que no sé si sabe Juan Luis (ya me las ingeniaré para que le llegue este “post”) es que en el siglo XVIII hubo otro naufragio, éste de verdad, que sigue superando con creces en dramatismo al más truculento de los relatos que podamos imaginar. Se trata del que tuvo lugar en el atolón llamado Tromelin, un minúsculo islote de apenas un kilómetro cuadrado perdido entre Madagascar e Isla Mauricio, al que fue a encallar en 1761 un barco francés con unos sesenta esclavos malgaches.
Tras comprobar que en el islote no había ningún medio de subsistencia y ver como los esclavos, privados de la comida y bebida rescatada del barco, empezaban a morir, la tripulación del “Utile”, que así se llamaba la nave procedente de los astilleros de Bayona, en el País Vasco francés, construyó una balsa y abandonó el islote dejando atrás a los negros. La balsa llegó a buen puerto, pero nada dijeron los supervivientes acerca de los esclavos abandonados, o si algo dijeron a nadie le importó.
Quince años, ¡quince!, pasaron hasta que otro barco se presentó en el atolón, donde encontraron con vida a siete mujeres y un niño de ocho meses. Habría que esperar al siglo XXI para que se llevaran a cabo las primeras investigaciones arqueológicas en aquel islote que han permitido arrojar cierta luz sobre la miserable vida que llevaron en Tromelin los esclavos abandonados.
¿Qué comieron, o mejor dicho cómo se comieron? ¿Cómo y cuánto se reprodujeron? ¿Por qué ya no había hombres entre los supervivientes, salvo el niño de ocho meses?
Como ves, Juan Luis, no siempre hay que recurrir a la ficción o a los realities para alimentar morbos y sacar a relucir lo inhumano de lo humano.