Lo vivido
Puestos a nacer, lo hice en mi casa, en la vitoriana Plaza de la Provincia, con mi abuela Eugenia de comadrona y mi madre Manolita de parturienta.
Concedí la primera entrevista – en la que revelé que de mayor quería ser cardenal – ataviado de boxeador. Es lo que pasa cuando se tiene un padre humorista: www.zapesevive.com
De niño, recuerdo haber actuado – contando chistes y recitando poesías – en festivales y fiestas escolares. En el bachillerato, en los Corazonistas de Vitoria, dejé de ser gracioso y gané algún que otro concurso literario, lo que, unido a mi curiosidad y a que no me veía haciendo nada concreto, me llevó a estudiar Periodismo.
De mis años en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de Navarra guardo el recuerdo de los cogotes de mis camaradas vistos desde la última fila, la reservada por Darwin a especímenes como yo de mecha lenta (“Queridos compañeros de promoción: nunca os perdonaré que os hayáis hecho mayores sin esperarme”).
Hice prácticas en medios de la época del País Vasco (Norte Exprés, La Gaceta del Norte, El Correo, Radio Nacional de España, Agencia EFE), que es donde se suponía iba a desarrollar mi vida profesional. Pero la atmósfera era asfixiante y busqué en el proyecto europeo un punto de fuga. Tras formarme en la Escuela Diplomática y aprovechando un permiso de la «mili» (que expiraba el 23 de febrero de 1981) me fui a Bruselas donde empecé como becario en la Comisión Europea, compartiendo pasillo con represaliados del franquismo. Ese mismo año visité Berlín por los dos lados del Muro, pudiendo comprobar que en Spandau seguía encerrado Rudolf Hess, lugarteniente de Hitler.
Para cuando, ocho años más tarde, cayó el Muro, ya me había licenciado en Historia y Civilización, en Nancy, y diplomado en integración europea en centros universitarios de Italia, Bélgica y Francia.
En los 80 fui corresponsal en Bruselas de la Agencia EFE y de El Correo antes de acceder, por oposición, a la función pública europea en la primera hornada de «eurócratas» españoles. Fue desde dentro de las instituciones europeas (Parlamento Europeo primero y Consejo después) que me tocó tratar con los representantes que España enviaba a Europa, tras siglos de ausencia de la familia europea. Bajo el impulso de la Alemania reunificada, en Bruselas pusimos rumbo a la integración monetaria y política. Fue una época intensa en la que Europa quiso hacerse a toda velocidad… dejando en el camino a los europeos. De ahí (y de maniobras venidas de fuera, de las que algún día habrá que hablar) que fracasaran proyectos como el de la Constitución Europea. La ampliación a 28 Estados miembros planteó nuevos desafíos que se unieron al cierre en falso de la Guerra de los Balcanes. Del nacimiento de la Política Europea de Seguridad y Defensa dimos cuenta a la ciudadanía europea con los escasos medios de que disponíamos, proporcionales a la voluntad de los propios europeos de garantizar por sí mismos su integridad. Siempre me quedará la satisfacción de que la Unión Europea, para la que he trabajado en tareas de comunicación y transparencia, recibiera el Premio Nobel de la Paz. En las manos de sus ciudadanos está la posibilidad de que el gigante económico que es Europa deje algún día de ser un enano político. A fin de cuentas, la razón de ser del proyecto europeo es garantizar la paz, sin la cual nada es posible y muy poco tiene sentido.