Una de las películas que más me impactó de joven fue «Hermano Sol, Hermana Luna» de Franco Zeffirelli (1972), con acaramelada música de Donovan.
Basada en la vida de Francisco de Asís, la escena cumbre es la visita que él y sus amigos, descalzos y harapientos, hacen a un opulento Vaticano para que el pontífice de turno autorice la Orden que acababan de fundar. La llegada del Papa Francisco al trono de Pedro me ha evocado esa escena.
Me pregunto qué habría hecho Francisco de Asís si el Papa que le recibió – Inocencio III, un noble adinerado que a los 37 años fue nombrado Papa cuando ni siquiera era sacerdote – le hubiera puesto en su lugar. ¿Estará el Papa Francisco a la altura de sus propias convicciones?
Uno de los votos que hacen los jesuitas al entrar en la Orden es la de obediencia al Papa… lo que da a entender que nunca imaginaron que uno de los suyos alcanzara el papado.
Ignacio de Loyola fundó la Compañía de Jesús a mediados del siglo XVI en respuesta a los ataques al papado y a los monarcas católicos por parte de los reformadores protestantes. Además de contribuir de manera decisiva a la contrarreforma en Europa, los jesuitas comprendieron que, puertas afuera, debían sacar provecho de la Era de los Descubrimientos para implantar el catolicismo a nivel planetario.
La Ruta de la India abierta por los portugueses y la consiguiente progresión lusitana en Asia permitió al jesuita Francisco Javier llegar a las puertas de China, donde murió sin poder franquearlas. Su obra sería retomada por el también jesuita Matteo Ricci, un fascinante personaje que estuvo a punto de introducir el cristianismo en la Ciudad Prohibida. Los recelos de determinados sectores de la Iglesia, sin duda por envidia, impidieron que los jesuitas culminaran en China una gesta que habría cambiado el signo de la Historia.
Ahora, con un Papa jesuita, la Iglesia católica se encuentra de nuevo a las puertas de China, que cuenta con unos 10 millones de católicos. El Vaticano y Taiwan, con 300.000 fieles, mantienen relaciones diplomáticas, circunstancia que irritia al nuevo «emperador» chino Xi Jinping, nombrado al unísono que el Papa Francisco.
El de los jesuitas no fue el primer intento de evangelizar al país más poblado del Planeta como lo demuestra la estela que tuve la suerte y el placer de contemplar en Xi’an, capital secular de la Ruta de la Seda.
Fechada en el año 781 y escrita en caracteres sirios y chinos, la estela celebra la llegada a China de la «Religión de la luz» de manos de cristianos nestorianos procedentes del actual Irak.
Tarde o temprano, Confucio y Jesús de Nazareth (espero que en su versión franciscana) acabarán por entenderse. Hacen buena pareja.