Descendí del Glaciar de la Chiaupe sin mayores problemas. Al ser uno de los últimos en emprender la bajada y dada mi limitada destreza con los esquíes (las raras ocasiones en las que adelanto a otro esquiador en Los Alpes es porque está tumbado esperando la llegada de los socorristas) pude disfrutar de intensos momentos de soledad, primero inquietante, luego serena, en un silencioso paraje entregado a la bruma y los finos copos de nieve. Difícil imaginar el cataclismo que hace cincuenta millones de años dio lugar a la creación de estas montañas al chocar las placas tectónicas de Europa y de África. El fenómeno fue de tal magnitud que, según han demostrado los geólogos, inmensos trozos de suelo africano fueron a parar a Europa. Una de las evidencias más significativas de esta bacanal planetaria la proporciona el Monte Cervino, la cumbre más coqueta de Los Alpes que con su inconfundible forma piramidal lo mismo sirve de emblema para la productora cinematográfica Paramount que a los chocolates Toblerone.
El caso es que la cima del Cervino está hecha de rocas africanas. Hace ya tiempo que los choques entre África y Europa no son geológicos sino bélicos, coloniales y migratorios. Del acta fundacional de la Europa unida – la Declaración de Robert Schuman del 9 de mayo de 1950 – se recuerda generalmente un objetivo, el de garantizar la paz en el Viejo Continente. Pero Schuman evocó otro propósito a sus ojos no menos importante: que Europa se uniera para así poder mejor contribuir al desarrollo del continente africano. El primer objetivo se ha logrado e incluso le ha valido a la UE el Premio Nobel de la Paz, aunque Europa tenga muy poco de lo que enorgullecerse respecto a la Guerra de los Balcanes. El segundo está lejos de haberse siquiera intentado con seriedad, lo que explica en gran medida la presión tectónica de la emigración, esta vez no generadora de esbeltas cimas sino de siniestras simas de racismo y xenofobia.
Puede que no estė tan lejano el día en que europeos de origen norteafricano o subsahariano alcancen las más altas cotas de poder en Europa. Recuerdo que el debate se sucitó tímidamente a raíz de la llegada al poder de Barak Obama, cosa que, sintomáticamente, no ha sucedido con motivo de su segundo mandato. Mientras tanto, rocas y sedimentos africanos se reparten por doquier en la geografía europea sin que se sepa muy bien el paisaje y el paisanaje que van a generar. Desde la Antigüedad, la supuesta existencia de cumbres nevadas en África, único fenómeno capaz de explicar el origen del Nilo y sus «sagradas» crecidas, era considera un mito. Hasta que, en el siglo XIX, un periodista, Henry Morton Stanley, divisó desde la actual Uganda las Montañas de la Luna (la cordillera Ruwenzori) con sus nieves perpetuas. La palma de las cumbres nevadas en África se la lleva, sin embargo, el Kilimanjaro, el Mont-Blanc africano. Para muchos, «Las nieves del Kilimanjaro» es la obra maestra de Ernest Hemingway. La historia va de una pareja en un safari, de un accidente y una pierna con gangrena, de leopardos y de hienas.